A
partir de la cuestión que surgió en clase de DLL sobre qué
sabíamos de Azorín y, además, haber seleccionado trabajar el texto
de “Azorín en el aula (¿?). Algunas reflexiones sobre la lectura
en las aulas”, considero necesaria esta entrada. De esta manera,
podemos saber un poquito más sobre este escritor …
Azorín,
seudónimo de José Martínez Ruiz, nació en Monóvar en 1873.
Estudió derecho y en su etapa valenciana colaboró en periódicos
republicanos. Hacia el 1896 se trasladó a Madrid, donde también
colaboró en periódicos y en revistas literarias y se introdujo en
la vida política.
Bajo diferentes seudónimos publicó numerosos
folletos y libros, además de un sinfín de artículos periodísticos. Formó parte del Grupo de los Tres, junto a Baroja y Maetzu, dando
paso a la Generación del 98; y en 1924 fue elegido miembro de la
Real Academia de la Lengua. Murió en Madrid en el año 1967.
De
su obra literaria cabe destacar el ensayo y la novela, aunque también
escribió obras de teatro, pero con poco éxito. La producción
literaria de este autor tiene un gran valor estilístico. Su prosa se
caracteriza por el uso de la frase corta y un léxico muy rico.
Novelas:
La voluntad, Antonio Azorín, Las confesiones de un pequeño
filósofo
Ensayos: Al margen de los clásicos, La ruta de Don Quijote
Libros
de paisajes: Los pueblos, Castilla
Teatro:
Old
Spain!, Lo invisible
Castilla
es una de las obras más representativas del arte azoriano. Se
publicó en 1912 y según expone el propio autor, “pretende
aprisionar una partícula del espíritu de Castilla”.
SEQUEDAD
Y DECREPITUD DE CASTILLA
“No
puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está muy
lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas;
de estos barrancales pedregosos; de estos terrazgos rojizos, en que
los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas; mansos alcores
y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzag hasta
un riachuelo. Las auras marinas no llegan hasta esos poblados pardos
de casuchas deleznables, que tienen un bosquecillo de chopos junto al
ejido. Desde la ventana de este sobrado, en lo alto de la casa, no se
ve la extensión azul y vagarosa; se columbra allá en una colina con
los cipreses rígidos, negros, a los lados, que destacan sobre el
cielo límpido. A esta olmeda que se abre a la salida de la vieja
ciudad no llega el rumor rítmico y ronco del oleaje; llega en el
silencio de la mañana, en la paz azul del mediodía, el cacareo
metálico, largo, de un gallo, el golpear sobre el yunque de una
herrería. Estos labriegos secos, de faces polvorientas, cetrinas, no
contemplan el mar; ven la llanada de las mieses, miran sin verla la
largura monótona de los surcos en los bancales. Estas viejecitas de
luto, con sus manos pajizas, sarmentosas, no encienden cuando llega
el crepúsculo una luz ante la imagen de una Virgen que vela por los
que salen en las barcas; van por las callejas pinas y tortuosas a las
novenas, miran al cielo en los días borrascosos y piden, juntando
sus manos, no que se aplaquen las olas, sino que las nubes no
despidan granizos asoladores”
En Monóvar podemos visitar la Casa-Museo Azorín, que además de albergar las colecciones que el escritor conservaba, colabora en la divulgación de la obra azoriana.
buenardo
ResponderEliminar