viernes, 4 de octubre de 2013

Para saber más ...

A partir de la cuestión que surgió en clase de DLL sobre qué sabíamos de Azorín y, además, haber seleccionado trabajar el texto de “Azorín en el aula (¿?). Algunas reflexiones sobre la lectura en las aulas”, considero necesaria esta entrada. De esta manera, podemos saber un poquito más sobre este escritor …

Azorín, seudónimo de José Martínez Ruiz, nació en Monóvar en 1873. Estudió derecho y en su etapa valenciana colaboró en periódicos republicanos. Hacia el 1896 se trasladó a Madrid, donde también colaboró en periódicos y en revistas literarias y se introdujo en la vida política.
Bajo diferentes seudónimos publicó numerosos folletos y libros, además de un sinfín de artículos periodísticos. Formó parte del Grupo de los Tres, junto a Baroja y Maetzu, dando paso a la Generación del 98; y en 1924 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua. Murió en Madrid en el año 1967.
De su obra literaria cabe destacar el ensayo y la novela, aunque también escribió obras de teatro, pero con poco éxito. La producción literaria de este autor tiene un gran valor estilístico. Su prosa se caracteriza por el uso de la frase corta y un léxico muy rico.
Novelas: La voluntad, Antonio Azorín, Las confesiones de un pequeño filósofo
Ensayos: Al margen de los clásicos, La ruta de Don Quijote
Libros de paisajes: Los pueblos, Castilla
Teatro: Old Spain!, Lo invisible
Castilla es una de las obras más representativas del arte azoriano. Se publicó en 1912 y según expone el propio autor, “pretende aprisionar una partícula del espíritu de Castilla”.
SEQUEDAD Y DECREPITUD DE CASTILLA
No puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está muy lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas; de estos barrancales pedregosos; de estos terrazgos rojizos, en que los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas; mansos alcores y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzag hasta un riachuelo. Las auras marinas no llegan hasta esos poblados pardos de casuchas deleznables, que tienen un bosquecillo de chopos junto al ejido. Desde la ventana de este sobrado, en lo alto de la casa, no se ve la extensión azul y vagarosa; se columbra allá en una colina con los cipreses rígidos, negros, a los lados, que destacan sobre el cielo límpido. A esta olmeda que se abre a la salida de la vieja ciudad no llega el rumor rítmico y ronco del oleaje; llega en el silencio de la mañana, en la paz azul del mediodía, el cacareo metálico, largo, de un gallo, el golpear sobre el yunque de una herrería. Estos labriegos secos, de faces polvorientas, cetrinas, no contemplan el mar; ven la llanada de las mieses, miran sin verla la largura monótona de los surcos en los bancales. Estas viejecitas de luto, con sus manos pajizas, sarmentosas, no encienden cuando llega el crepúsculo una luz ante la imagen de una Virgen que vela por los que salen en las barcas; van por las callejas pinas y tortuosas a las novenas, miran al cielo en los días borrascosos y piden, juntando sus manos, no que se aplaquen las olas, sino que las nubes no despidan granizos asoladores”

En Monóvar podemos visitar la Casa-Museo Azorín, que además de albergar las colecciones que el escritor conservaba, colabora en la divulgación de la obra azoriana.



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